jueves, 28 de abril de 2011

Corpus Christi

La vida del hombre muere en el momento justo de su propio nacimiento. Y su existencia, como tal, termina... Como este cuento que sale de mis entrañas. Estas palabras seguirán fluyendo, pero con otro rostro y otro nombre, no con este que esta muerto... y como empieza mi voz, que acaba de nacer. Por eso me parece injusto seguir este diario  partiendo de la misma base enferma con la que comencé a escribir la primera jodida línea de este borroso pensamiento. Pero habrá más, eso sí, bajo la estela de un llamamiento diferente. Seguiré llorando las mismas lágrimas cristalizadas. Seguiré vertiendo mi sudor en aquellas burbujas de arena que tanto me hicieron pensar. Seguiré proponiendo a mi mente que mi vida, nuestra vida, jamás tendrá el sentido que le queremos dar, pero que ese sentido siempre lo llevará nuestro alma... Y eso lo aprendí mirando a la luna, una noche en la que la lluvia se confundía con mis lágrimas... Y qué decir si esto suena a despedida... pensando en que podría hacerlo bajo el sonido seco de un disparo a bocajarro. Directo a la sien, con precisión de cirujano... Aunque con ese disparo destruyera los millones de recuerdos que tengo archivados... En una escasa docena de páginas mal escritas... poco a poco aprieto el gatillo y noto como se hunde el metal en mi cabeza. Penetra con fuerza y duele... entonces me doy cuenta de que la luz no existe, y que vuelvo a estar en el útero de madre, encogido, con la cabeza rozando el pecho de la amargura, para de nuevo volver a escuchar mi propio llanto. Ese que te avisa que estas muerto. Ese que te recuerda que has vuelto a nacer.

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